Nuestro personal consagrado es parte fundamental para la vida de la parroquia, hoy deseamos mostrarles un poco más acerca de la vida de nuestro Diácono Javier González a través de una pequeña entrevista. Él sirve generosamente a nuestra parroquia junto a su señora Rosa María, sobre todo en nuestra Pastoral Familiar.
Cuéntanos acerca de ti, tu familia y tus hobbies.
Soy casado hace 38 años con Rosa María Rogers, tengo 7 hijos y 2 nietos. Mis hijos tienen entre 36 y 21 años, 4 mujeres y 3 hombres. Solo las dos menores viven todavía con nosotros. Somos muy unidos. Destaca en todos mis hijos su amor por la educación y vocación social.
Mi profesión es Ingeniero Civil Industrial y actualmente tengo una empresa de Consultoría y Capacitación en el área de Dirección de Proyectos.
Mi tiempo libre lo ocupo principalmente en la familia y la Iglesia. Me gusta escuchar música, leer un buen libro o ver una buena película.
¿Qué te hizo tomar la decisión de ser diácono y cómo fue este proceso familiarmente? entendiendo sobre todo que el diaconado es una vocación de matrimonio
Tanto mi señora como yo, siempre hemos participado activamente en la Iglesia.
Mientras estudiaba en la universidad fui invitado a un proceso de discernimiento vocacional, tras ello sentí que el Señor me llamaba a una vocación laical, especialmente a formar una familia.
Como matrimonio pertenecemos a una Comunidad de Matrimonios en el Movimiento de Schoenstatt, lo que ha sido un apoyo fundamental para formar una familia basada en los valores del Evangelio, la vocación a la que nos sentimos llamados desde el inicio.
Hace unos años en un retiro me proyecté hacia adelante y me dí cuenta que mis hijos ya no necesitaban de tanta atención de mi parte, así se me presentó la opción del Diaconado Permanente. Lo conversé con mi señora, con mi Acompañante Espiritual, con mi Comunidad y con un Diácono amigo ¡todos me animaron!
Y cuando me hice la pregunta más importante: ¿cómo podría sabr si esta era realmente la voluntad de Dios? me dijieron que para eso existía el camino de discernimiento.
En todo este proceso ha sido fundamental el apoyo de mi señora, porque tanto el matrimonio como el diaconado, son un llamado de Dios. Por lo tanto, si Dios llama a un casado al diaconado, este llamado no puede ir en contra del matrimonio: Dios no se contradice a sí mismo. Si bien el diácono soy yo, mi señora siente esta vocación como propia y me apoya en todo, no siempre presencialmente, pero si con la oración y el consejo. En una cultura en que nos cuesta decir las cosas, es muy bueno tener un “cable a tierra” que te dice lo que piensa, lo que hiciste bien y lo que hiciste mal, eso es ella.
¿Cuánto tiempo tienes en Santa María de Las Condes y cómo ha sido tu experiencia al vivir esta vocación en nuestra parroquia y en general en tu vida?
Esta es mi primera parroquia como Diácono, en septiembre cumplo 7 años como Diácono pero participo activamente en la parroquia desde hace 12 años.
Cuando sentí que Dios me llamaba al Diaconado, quise poner al servicio de la Iglesia mis talentos y mi fuerza para contribuir a que el mensaje de Jesús llegara de la mejor manera posible a la mayor cantidad de personas. En ese sentido imaginaba que lo más importante iba a ser en una dimensión pastoral, organizando, liderando, cumpliendo objetivos.
Por mi profesión, estoy acostumbrado a orientarme al logro. Debo confesar que más de una vez he pasado involuntariamente por encima de personas por anteponer el logro a las persona, pero en esta vocación he descubierto una nueva dimensión, ya que muchas personas confían en mí, se abren, buscan más un acompañante que un organizador, particularmente lo noto con personas que están un poco alejadas de la Iglesia y a veces se sienten más cercana a alguién que es casado, que trabaja en el mundo. El diaconado es un ministerio de frontera.
Esta dimensión más personal de sentir que las personas son más importantes que el cumplimiento de los objetivos, ha sido un crecimiento importante para mí.
¿Cómo ha sido este tiempo de pandemia para ti y los tuyos?
Como a todos, la pandemia se me apareció en forma sorpresiva. El sábado 14 de marzo fue el matrimonio de una de mis hijas y el lunes 16 estábamos en fase 4 y tomamos la decisión de hacer teletrabajo.
Doy gracias a Dios que mi empresa ha podido seguir llevando a cabo sus actividades en esta modalidad. Nos hemos visto afectados con disminución en las ventas, pérdida de algunos clientes, pero seguimos operando y es lo importante. Como consecuencia de ello, me mantengo ocupado, así que no me he sentido agobiado ni angustiado por el encierro.
El hecho de estar en casa me permite compartir con mi familia al almuerzo y por las tardes, así también he tenido más tiempo para rezar y leer.
Desde el punto de vista del servicio diaconal, ha sido más difícil darle continuidad por la necesidad de mantener el distanciamiento social, sin embargo con algunas personas y grupos nos hemos mantenido comunicados, pero no es lo mismo, se hecha de menos compartir.
Con esta situación, siento que Dios nos recuerda que no somos los dueños del mundo ni de nuestro destino. Nos muestra que tenemos que pensar en el bien común y no solo en nosotros mismos, tal como nos lo recordó el Papa Francisco en la Bendición Urbi et Orbi “No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo.”
Veo este tiempo como un tiempo de conversión, nuestra vida después de la pandemia no puede ser la misma que antes.
Agracedemos a Javier por su testimonio de vida y vocación, así como por su servicio diaconal en nuestra parroquia.