“Misionar es llevar la palabra de Dios a todos los lugares de la tierra”. “Doy gracias a Dios de haberme dado la oportunidad de haber misionado." Con estas frases los jóvenes misioneros expresan lo vivido en Llallauquén.
Fueron diez días de misiones en que los jóvenes cambiaron su rutina diaria en Santiago por salir día a día, desde tempranas horas a encontrase con hermanos y compartir la fe.
“Fue difícil para muchos abandonar la propia casa, pero tomamos nuestras maletas y partimos a Rancagua. Acostumbrarse fue facilísimo y encariñarse con la gente y el lugar, también”, recuerdan los misioneros
La misiones comenzaban todos los días a las siete de la mañana “y aunque fuera cansador, llegar al desayuno y ver a los misioneros de buen humor y riéndose nos levantaba el ánimo”, relata uno los jóvenes.
Cada casa, cada hogar visitado por los jóvenes en estos días era un mundo particular. “En algunas casas no había nadie, en otras, estaban muy ocupados para recibirnos y en algunas nos rechazaban de frentón. Sin embargo, eso nunca nos bajó el ánimo. Algunos dirán que misionar debe ser agobiante y agotador, pero ese cansancio siempre será vencido por la alegría de ver cómo la gente se emociona con nuestra llegada y nos abre sus corazones”
Junto con la misión puerta a puerta, los jóvenes hicieron talleres para todas las edades, con gran convocatoria, así comentan la experiencia. “Los adultos conversaban, los niños aprendían a rezar y dibujaban y los jóvenes se dedicaban al fútbol. Los niños llegaban puntuales, escuchaban con atención lo que decíamos y la mayoría nos acompañaba a misa. A la hora de comulgar, miraban anhelantes el "pancito" del que les habíamos hablado y nos preguntaban cuándo harían ellos su primera comunión. Podemos decir que les dejamos una huella, pero la mayor huella es la que Llallauquén dejó en nosotros, por siempre estaremos agradecidos”.
Trinidad Ried, misionera, también quiso compartir el significado de esta experiencia. “Misionar es ponerse en el lugar del que sufre, consolar a los que lo pasan mal y acompañar a los que se sienten solos. Es hacerse amigo de la gente y que duela separarse de ellos. Es lograr ser recordado para siempre. Misionar no es entrar en una casa a hablar de Dios, sino hacer que mientras se conversa, Dios ilumine las palabras de forma que, como dijo San Francisco de Asís, anunciemos el Evangelio, y si es necesario, con palabras."
Para algunos misioneros lo vivido en superó las expectativas. “El ambiente que se forma con el grupo misionero y con la gente de Llallauquén, es siempre acogedor. Uno aprende a enfrentar y vencer vergüenzas y lo mejor de todo es que no lo haces solo”.
“En lo que más se crece es en lo espiritual. Las charlas de formación, misas y romerías ayudan a afinar tu trato con Dios y con la virgen. Algo que influyó mucho en esto fueron las visitas a las casas, ahí uno se pone al servicio de los demás llevando la mirada al otro para llevar alegría. Eso te hace crecer y entrar en el corazón de la gente y que ellos entren al tuyo”.