Compartimos con ustedes la sexta entrega de nuestro diácono, Samuel Mujica, a días de comenzar la Semana Santa:
Las tentaciones, debilidades, soberbias, mentiras y envidias, que a lo largo del camino de la vida nos van alejando del camino de la salvación y el encuentro final con el Padre, como creyentes, nos producen una profunda desazón, que, en estos días de Cuaresma, buscamos trabajar para poder liberarnos de la esclavitud del pecado.
Una sana comprensión del pecado necesariamente debe tener en cuenta la relación del hombre con Dios, porque sin esta perspectiva se intenta comprenderlo solo como una realidad natural, como una crisis de crecimiento, debilidad psicológica, un error, ante el cual no hay mayor responsabilidad. Solo en esta relación profunda del hombre con Dios se esclarece la verdad del pecado, como abuso de libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan amarle y amarse mutuamente.
Dios, en el misterio de su voluntad, si bien creó al hombre y la mujer y los estableció en su amistad, en justicia original, quiso la “gracia inefable de Cristo, que nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó la envidia del demonio”, de modo que "nada se opone a que la naturaleza humana haya sido destinada a un fin más alto después del pecado". Dios, en efecto, permite que los males se hagan para sacar de ellos un mayor bien. De ahí las palabras de San Pablo: "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rom 5,20).
Nuestra Iglesia, en su sabiduría de madre, nos presenta en el quinto domingo del tiempo cuaresmal, el evangelio de la mujer adultera, la que es presentada a Jesús para que Él la juzgue de acuerdo a la ley de Moisés.(Jn 8,1-11). Él al decir a los que acusaban a la mujer: “el que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra”, nos hace darnos cuenta de que nosotros no debemos juzgar a los demás, sino que amar a los que cometen errores y como el mismo Señor nos enseña en este relato, recomendar el no volver a pecar (“ve y no vuelvas a pecar”), enseñando con nuestro propio testimonio, el ayudar a comprender que la esclavitud del pecado se libra en la libertad en Dios.
Hermanas y hermanos en el Señor, el Papa Francisco es su carta de Cuaresma, nos enseña que la Cuaresma nos recuerda cada año que el bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día. Por tanto, pidamos a Dios la paciente constancia del agricultor para no desistir en hacer el bien, un paso tras otro. Quien caiga tienda la mano al Padre, que siempre nos vuelve a levantar, seamos constantes en nuestra lucha por librarnos de la esclavitud del pecado, y con la gracia de Dios, cosecharemos santidad, alegría y libertad.
Leyendo el Evangelio de San Juan 8,1-11, el mensaje de Cuaresma del Papa Francisco y este texto, reflexionemos sobre lo siguiente:
¿Cuáles son mis principales esclavitudes?
¿Cómo enfrento el pecado en el otro?
¿Qué puedo cosechar, hoy en mi vida de fe?