Nuestro párroco, padre Carlos Irarrázaval, nos congregó el Jueves Santo, Cena del Señor, en torno a tres misterios de fe que se instituyeron ese día: la Eucaristía, el sacerdocio y el mandamiento del amor fraterno.
Llenamos el templo en actitud de oración y devoción, para recordar el tradicional lavado de pies a once miembros de nuestra comunidad, imitando el gesto de servicio que Jesús realizó con los suyos antes de su Pasión.
En su homilía, el padre Carlos explicó que el Señor quiere estar en “una unión íntima y por eso se hace persona, porque quiere tener un trato personal”. “En la Eucaristía, sacramento precioso que el Señor nos regaló, Él quiere ser comida para que yo me lo coma. Porque cuando celebramos la Eucaristía, lo que ocurre aquí es lo mismo que ocurrió en el Calvario: Dios se me regala como víctima en el altar para mi salvación”, precisó.
En ese sentido, el misterio eucarístico se une al sacerdocio porque Jesús dice “Estoy en medio de ustedes como el que sirve. Y el Señor, el Maestro, el Mesías, el Salvador, se pone a los pies de los suyos”, recordó.
“Conversemos con el Señor y renovemos nuestra piedad, nuestro cariño a la Eucaristía y a Su presencia real en ella como alimento de vida”, concluyó.
Tras la comunión, se trasladó el Santísimo Sacramento en procesión hasta el salón parroquial para adorarle, mientras el altar quedó despojado, en señal de la inminente Pasión.
La comunidad permaneció en silencio, en un ambiente de oración, para acompañar a Jesús en su agonía del huerto de la misma forma que él lo pidió: “permanezcan aquí y velen conmigo”
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