El diaconado aparece como un ministerio eclesiástico que se ubica en el amplio marco de la historia de la salvación, manifestada en los dos testamentos escritos e inspirados:
La institución del ministerio de los diáconos en la Iglesia viene de los tiempos Apostólicos. Se perciben sus orígenes en el hecho de la constitución de los «siete» de parte de los Doce (Hch 6, 1-6). La narración señala que debido al aumento del número de los discípulos, los creyentes de origen helenista se quejan contra los de origen judío, porque sus viudas no están bien atendidas en la distribución diaria de los alimentos. Ante semejante situación, los Apóstoles hacen notar lo inconveniente que resulta abandonar el ministerio de anunciadores de la Palabra de Dios confiado a ellos de parte del mismo Jesucristo, para dedicarse al servicio de la caridad; por lo que estiman pertinente escoger «siete hombres de buena fama», es decir, sin doblez, donde el ser y el actuar coinciden, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a los cuales encomiendan la asistencia de los necesitados.
Los diáconos, una vez instituidos en su ministerio propio por los Apóstoles mediante la imposición de las manos, actúan como predicadores, responsables y guías de un grupo cristiano, que comienza a llevar la Buena Noticia a los no judíos, siempre bajo la supervisión de los Apóstoles (Cfr. Hch 6, 8 ss). También se muestran en desempeños pastorales relacionados con el servicio de la santificación del pueblo de Dios. En esta dimensión del quehacer pastoral encontramos a Felipe, uno de los diáconos que componen el grupo de los siete, quien aparece bautizando en Samaria (Cfr. Hch 8, 12-16).
En las Cartas Paulinas se menciona a los diáconos al menos en dos lugares significativos. El primero, es el comienzo de la Carta a los filipenses, donde San Pablo se refiere a ellos como servidores (Flp 1, 1); el segundo, es la Primera Carta a Timoteo, donde el apóstol de los gentiles describe las cualidades y virtudes con que deben estar adornados para cumplir dignamente su ministerio, señalando entre ellas las aptitudes de gobierno referidas más a su comunidad familiar que a la comunidad eclesial, en relación con la conducción de los hijos y de los propios hogares (1Tm 3, 8).
Concilio Vaticano II (Lumen Gentium), la restitución del Diaconado Permanente
En el grado inferior de la jerarquía eclesial están los diáconos (Tercer grado del Sacramento del Orden), a quienes se imponen las manos para realizar un servicio y no para ejercer el sacerdocio.
Con el consentimiento del Romano Pontífice, este diaconado podrá ser conferido a varones de edad madura, aunque estén casados, y también a jóvenes idóneos, para quienes debe mantenerse firme la ley del celibato, y sus funciones son:
Diacono Permanente casado la doble Sacramentalidad (Matrimonio y Sacramento del Orden)
Ya no son dos sino uno solo, la vocación al Diaconado no puede contradecir la anterior vocación al Matrimonio, el Diácono no puede desatender su rol de esposo y padre y la gracia del Sacramento de algún modo alcanza a la esposa.
La oración con la esposa fortalece el ministerio diaconal y la vida matrimonial y familiar de ambos, aunque no estén siempre presentes visiblemente, las esposas participan y acompañan al Diácono en su servicio desde la oración y, en la medida de lo posible, también en su apostolado
Resumiendo: